Esculturas de Cristo crucificado, en su mayoría obras policromadas de madera, entregan un testimonio de la fe vivida en la Colonia.
Inauguramos esta tercera muestra de la colección Gandarillas, simultáneamente al inicio de la Semana Santa. Su temática es el Crucificado en su agonía y muerte expresado por los escultores virreinales del sur andino. ¿Qué vemos o qué veremos en la penumbra ambiente de esta sala de exposiciones? Cómo médico, me hago cargo de los signos que ustedes sin duda percibirán , pero se los formulo en forma de pregunta: ¿sólo figuras humanas descubiertas casi de vestiduras y en cambio cubiertas de heridas, de magulladuras, de regueros de sangre coagulada, expresiones agónicas, cabezas desplomadas con la pesadez de la inmovilidad sobre frágiles hombros, tendones, músculos paralizados en su desgarramiento, en suma todos los datos físicos de privación de la vida y del triunfo de la muerte en ese cuerpo humano?
La respuesta que se ha propuesto ofrecer esta muestra va más allá. Justamente se la ha titulado “El sacrificio de la Luz”, ateniéndose a esa segunda e inseparable dimensión que tiene para el cristianismo el sufrimiento y muerte de Cristo en la Cruz, que no se centra únicamente en la oscuridad, el enigma la violencia. Tal vez una mirada hedonista y, en la misma acepción, pesimista sobre el sufrimiento y la muerte como extinción y supresión de la vida podría permanecer en estos signos físicos de deterioro y deceso. Pero la segunda dimensión de la muerte de Cristo es tremendamente sobrecogedora y potente no sólo para el cristiano, sino para todo hombre, pues se constituye como la coordinada fundamental de todas las grandes religiones desde los orígenes de la humanidad hasta nuestro siglo XXI: expiración-recuperación, fenecimiento y renacimiento, en lenguaje cristiano muerte-resurrección. Este es el claroscuro o viceversa la oscuridad iluminada -como la de experiencia mística-; iluminación por la fe, que se expone a través de piezas seleccionadas de escultura de nuestra región entre los siglos XVII a XX.
El artista virreinal conoce el sufrimiento, la tortura y la muerte, que son realidades cotidianas en una sociedad de contrastes, donde los accidentes, la enfermedad y la muerte cobran vidas aceleradamente, antes que la medicina o el desarrollo de la civilización material los frene; los enfermos y minusválidos circulan por las calles con sus llagas y malformaciones visibles y en todos las ciudades el patíbulo, el palo de la justicia, se instala en la plaza mayor para lección y escarmiento de las poblaciones.
La dimensión humana, la corporalidad y el potencial emotivo de la figura de Cristo sin duda se exploran apasionadamente, se profundizan y enriquecen en una amplia gama de recursos realistas y expresivos en el arte y específicamente en la escultura barroca hispanoamericana de esos siglos, desde el anónimo artista que talla una figura individualizada que lleva irrenunciablemente la huella de su mano, al anónimo artesano que en su práctica devocional sigue modelos previamente tipificados.
Pero sin duda, lo que infunde ímpetu creativo a sus figuras no está disociado de sus creencias y esperanzas, de su fe. No importa la opacidad o el anonimato de sus vidas, el desconocimiento que hoy tenemos de sus nombres, eso no cambia nada. Los conocemos por sus obras, por estas figuras capaces de producir el rechazo o la conmoción pero que no deberían dejarnos indiferentes; están ahí para remecer y golpear con sus contrapuntos nuestra rutina aséptica, nuestra anestesia ante el dolor, nuestra indiferencia e inestabilidad ante el sufrimiento y el sacrificio.
En el año en que la Iglesia ha dedicado a la vida consagrada, vida asediada y amenazada hoy en tantos países con la tortura el sacrificio y la muerte, esta exposición apela a nuestra solidaridad con aquellos nuevos mártires que sufren y entregan sus vidas siguiendo a Cristo Crucificado.
Con una museografía plenamente contemporánea, “El sacrificio de la luz” apunta a eso: a conmover nuestra in-sensibilidad, a poner de relieve los contrastes y claroscuros de una época a través de nuestra época, a ofrecer finalmente una partícula de esa Luz -para el mundo de hoy a veces inaprehensible e inconcebible- que adviene para el cristiano como efecto y fruto de la muerte: la luz de la Resurrección.
Ignacio Sánchez Díaz
Rector
Curador: Efraín Telias
Pinturas e imaginería colonial destacan el concepto de familia cristiana.
Cumpliendo el programa de investigación y difusión que hemos trazado conjuntamente con el Directorio de la Colección Joaquín Gandarillas Infante, la Pontificia Universidad Católica de Chile tiene el agrado de presentar ahora la cuarta muestra, orientada a poner en valor aquellas obras relacionadas con la infancia, la familia y los lazos afectivos entre sus miembros. Son temas siempre vigentes y abiertos a nuevas visiones y replanteamientos, especialmente en la actualidad, cuando las dudas, las preguntas y aún el concepto mismo de familia atraviesan un periodo de transformaciones y cambios propicio a la reflexión y abierto a los ejemplos y significados que ofrece el arte.
Y para este objetivo, ¿qué tipo de representación iconográfica puede resultar más adecuada sino la que muestra al Niño Jesús en su Nacimiento, para los cristianos, a la vez, humano y divino; en los episodios de reconocimiento por los humildes y la autoridad, que desde su origen motiva, como Dios hecho Hombre, y su integración dentro de la Sagrada Familia?
El arte Hispanoamericano y Surandino nos ofrece una rica trama de significados simbólicos que ligan lo religioso y lo afectivo, lo devocional y lo pastoral en el contexto de aquella época en que lentamente se revaloriza la infancia como una etapa particular de la vida humana, no ya como replicación imperfecta de la edad adulta; y se consolida la familia, especialmente la familia nuclear, estrechando sus vínculos afectivos, legales y fortaleciendo a su vez las solidaridades internas entre sus miembros. El valor estético, estilístico, material y devocional de estas pinturas se juega no sólo en clave cristiano- europea, sino lo que es fundamental para nosotros como institución educacional, en clave mestiza, con un entrañable valor identitario presente en los personajes, gestos, vestimentas, objetos y paisajes que hoy se develan enriqueciendo la visión sobre el patrimonio artístico religioso y popular de nuestra región estudiado día a día con creciente interés y resultados.
En esta oportunidad queremos manifestarles también un nuevo logro en la apertura de la Colección a la comunidad universitaria, ya que contamos con la curatoría de la doctora Catherine Burdick del Centro de Conservación del Patrimonio UC, la colaboración de la doctora y profesora Olaya Sanfuentes del Instituto de Historia de esta casa de estudios, así como la del doctor Fernando Guzmán de la Facultad de Humanidades de la Universidad Adolfo Ibáñez.
A través de estas pinturas y esculturas seleccionadas de la Colección Joaquín Gandarillas Infante, la Universidad Católica rememora y actualiza la infancia y la familia, sublimadas en las figuras sagradas del evento capital del cristianismo que inicia una nueva religión y una nueva era: el Nacimiento de Jesús en Belén de Judá, narrado por los evangelios de San Mateo (II, 1-11) y San Lucas (II, 1-20).
Aún hoy, tanto entre los pueblos católicos y cristianos como entre los que no profesan esta religión, la segunda mitad del año queda orientada emotivamente por la Navidad. La organización del tiempo que rige el mundo católico y cristiano aunque no se impuso de inmediato con el Advenimiento en Belén y fue el resultado de un dilatado proceso de elaboraciones, logró con el tiempo permear todas las culturas.
Destacar esta temporalidad simultánea del calendario cristiano a través del arte nos parece también una forma de celebrar esa unidad todavía vigente, que motiva a superar y trascender las efectivas limitaciones que está mostrando el fenómeno de la globalización.